Esta lluvia chorreando sobre el parabrisas esmerila el cristal. A ti te gustaba oírla, pero siempre desde adentro, desde algún lugar muelle, cálido. Te miraba en silencio, la escuchabas a través de la ventana. Y la expresión de tus ojos tan ausente encajaba en mi cuerpo ese deseo intenso de acariciar tu piel, de decir: Mírame, aquí estoy, siempre he estado aquí y te quiero. La carretera esta muy mojada. No sé cuánto tiempo he manejado el auto, dos horas tal vez, y aún tengo sobre la piel las huellas calientes de tus manos. Hoy se cumplieron las fantasías. Qué importa que haya sido en un hotel de paso, tan de prisa, tan clandestino; fuiste mío por única vez. El camino es largo y esta noche parece un túnel oscuro. Y aquella tarde de hace veinte años otra vez aquí, de nuevo tu risa.
Deseaba verte reír para siempre y me tomaste la mano, tan amigo, tan casi hermano. Jamás supiste cuántas noches me revolví en la cama codiciando tu calor, tus ojos, tus labios. La luz de los faros es un espacio amarillo, cerrado como tú. Jamás conoceré tus pensamientos. Te abrías encerrado dentro de ti para siempre, desde niño. Tus ojos ausentes fueron ventanas vacías. Tengo poca gasolina, no sé que me pasó… o tal vez sí; fue por ti, por tus besos, por mis labios sobre tus ojos, por mis manos en tu rostro; por tu ausencia. ¿A qué distancia estará la próxima gasolinera? El día de tu boda está conmigo o estoy ahí.
Era linda tu novia. No podía dejar de contemplarla; su mirada clara, trasparente te seguía, y ella era yo.